Hace casi 100 años, en pleno auge de la Revolución Mexicana, Santa Claus llegó a México para quedarse, pero no sin problemas. A pesar de que los niños empezaron a esperar con ansias los regalos del buen Santa, a un presidente no le gustó nada la idea.
En 1930, Pascual Ortiz Rubio, con ganas de hacer más “mexicano” todo, decidió que Santa Claus debía irse y ser reemplazado por… ¡Quetzalcóatl!
Sí, tal como lo lees. El presidente quería que el dios azteca, la serpiente emplumada, fuera el encargado de repartir regalos.
Porque quería que los niños mexas amaran más nuestras tradiciones y símbolos, así que para hacer más real su idea, construyeron un templo azteca en el Estadio Nacional de la Ciudad de México y hasta hubo danzas, música y hasta sacerdotisas. Pero lo curioso es que en medio de todo eso también había árboles de Navidad con luces, un verdadero choque de culturas, ¿no?
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Claro, no todos estaban felices con la idea, algunos pensaron que se estaba intentando cambiar la celebración de Navidad y sustituir a Jesús por Quetzalcóatl, lo que causó controversia. Además, la figura de la serpiente emplumada asustaba a muchos, así que la Secretaría de Educación Pública tuvo que tranquilizar a todos diciendo que lo representarían como un hombre rubio, parecido a Santa Claus.
Pero a pesar de todos esos esfuerzos, el plan de Ortiz Rubio no funcionó. Los niños seguían prefiriendo al hombre de rojo que venía del Polo Norte.
Con el tiempo Santa Claus se consolidó como el protagonista de las fiestas decembrinas en México y Quetzalcóatl, aunque es un gran personaje de la cultura mexicana, no logró desplazarlo.
Así que, aunque en aquella Navidad intentaron cambiar las reglas, nadie le pone calcetines a Quetzalcóatl… ¡y todos seguimos esperando a Santa!
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